María Amada, mujer consagrada, auténtica y fiel

introducción

María Amada Sánchez Muñoz, nace en la ciudad de Guadalajara, Jal., el 7 de septiembre de 1895. Es la primogénita de cinco hijos, sus papás fueron: Catarino Sánchez y Matiana Muñoz. Fue bautizada en la Parroquia de Jesús, con el nombre de María Regina Sánchez Muñoz, el 12 de septiembre del mismo año; y confirmada en el Sagrario Metropolitano, el 12 de octubre de 1986. Estudió en Guadalajara y  por su deseo de ser religiosa entró a la Normal Católica para Señoritas. A los 17 años ingresó a la Orden del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento, en Mascota, Jalisco. 

En los tiempos difíciles de la persecución, el Señor le pide que funde un instituto consagrado a honrar su Corazón. Esto lo consulta con su director espiritual y después de orar y discernir da inicio en 1926 la nueva obra: Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de Santa María de Guadalupe; pero es hasta 1930 cuando deja la Orden del Verbo para dedicarse a lo que el Corazón de Jesús le pedía, aunque con mucho esfuerzo y sufrimiento por las incomprensiones, tanto por parte de las hermanas de comunidad como del prelado en turno. 

Dios, en su infinita misericordia, la conduce y le muestra los medios necesarios para que lleve adelante su obra. Tiempo después el Corazón de Jesús le pide que inicie la rama masculina, juntamente con el R. P. Teodosio Martínez Ramos. Con este fin, ella reúne un grupo de 12 jovencitos y el 3 de junio de 1938, tiene lugar la fundación de la obra de los Misioneros del Sagrado Corazón y de Santa María de Guadalupe. 

Esta mujer fue durante toda su vida una persona entregada fielmente a la Voluntad de Dios, y solamente sostenida por Él, logró superar las dificultades que se le presentaron, cumpliendo en todo momento los designios del Señor, descubiertos en la oración y las mediaciones humanas; porque Dios la probó y la refinó como se refina la plata, hasta hacerla semejante a Él según su Corazón.

He aquí algunos aspectos que sobresalieron en ella:

  1. Sincera y radical  entrega. 

El título que dio Jesús a Natanael, al decir de él: “He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez” (Jn 1, 47), bien se puede aplicar a Sor María Amada Sánchez del Niño Jesús. Ya que al contemplar, leer y reflexionar sus escritos personales podemos ver esta disposición habitual en ella.  María Amada no era israelita, pero sí una mujer jalisciense de una sola pieza, de la que se puede afirmar con las palabras de la Sagrada Escritura que se refieren a Jesús: “No hallaron engaño en su boca” (Is 53, 9). 

Desde su entrada a la vida religiosa manifestó estas cualidades en su entrega plena y sincera al plan de Dios; entrega que fue probada en el sufrimiento, al cual se abrazó por amor desde que escuchó -siendo novicia- estas palabras en una plática de San José María Robles: “Una víctima no se pertenece”. Y continúa escribiendo ella misma: “Ante tales palabras, todo mi ser se estremeció, y al punto con viva luz conocí que Su Majestad (Dios), me pediría, me impondría el sacrificio que tanto temía”.

“El Corazón Sagrado de Jesús, al tomar por suyo el pobre corazón de su pequeña, le quería como el suyo, para darle en él morada. Él le quería puro, humilde, pequeñito, muy pequeñito, caritativo. Parece que con fuego en mi corazón se grabó: el jamás juzgar y condenar a nadie, a mis hermanas, según mi vil corazón, sino según el Corazón de mi Soberano Maestro, en ese pacífico tribunal de infinita bondad y misericordia debía juzgar”. 

La determinación de su vida tomaba rumbo y, en una donación total, María Amada decide no negarle nada a Nuestro Señor, y ser fiel en las cosas pequeñas; vivenciando lo que dice la Sagrada Escritura: “Quien es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho” (Mt 25, 21). Así continúa ofreciéndole sus pequeñas obras como granos de incienso que, convertidos en humo, suben y se funden en la hoguera de amor del Corazón de Jesús. 

  1. Centrada en el Corazón de Jesús.

Para los que aman ninguna cosa pesa, duele o molesta; todo cuanto sufren lo hacen por amor del amado; y María Amada se había propuesto darse por entero a su Señor, sabiendo de antemano que igual que a él, a ella le esperaban oprobios y menosprecios; y fija su mirada en el autor y consumador de nuestra fe, soportó la cruz porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría. Y como dice San Pablo: “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm. 8, 28-29).

Sor María Amada, en su afán de pertenecerle por completo al Señor y no saber cómo hacerlo, dice a Jesús: “Vine a amarte mi Jesús, pero no sé cómo”, ante este ofrecimiento, el mismo Jesús se coloca frente a ella como su maestro y compañero. Él será quien le endulce las penas y sin sabores; por eso aún en momentos de dolor es capaz de expresar, movida por un encendido amor a Jesús: “Este fuego me mantiene muchas veces como en una especie de cielo anticipado. Hay un momento en que -como sorprendida- extraño el dolor, aunque sin pedirlo, ni desearlo. Nada me preocupa, nada pido, nada necesito. Es algo como un cielo anticipado”. 

Cuando alguien decide darse por completo al Señor, él se manifiesta de muchas maneras, aunque a veces pareciera que se esconde y no responde; sin embargo es cuando más cerca está de nosotros y quiere que le busquemos hasta encontrarlo. Cuando un alma se entrega por completo a Jesús, él graba su nombre dentro de su Divino Corazón y en adelante jamás se borrará y de ahí, él será su único gozo, alegría y felicidad, en una palabra: su plenitud. Él será el único en quien encuentre su centro, como lo expresa ella misma: 

“El Corazón Amante de mi Jesús vino a mí,  y me dijo, «Eres mi esposa y vengo a darte la señal de que lo eres», y me puso un anillo”. “Sí, este tan pequeño y vil corazón mío, debía apegarse sólo a Dios, quien libre y desnudo le quería”. “Este amante Esposo mío, ha sido celosísimo de este pobre corazoncito, para evitar que me buscara a mí misma en los consuelos de las criaturas; Él me ha consolado y hecho feliz… Mi paz sólo en Él…  ¡Oh dichoso y feliz abandono en un Dios infinito!”

  1. En continua inmolación. 

La Sierva de Dios María Amada, no amó las cosas extraordinarias como son los honores, reconocimientos, títulos nobiliarios que le hicieran aparecer ante los demás como la maestra de maestras o como la mejor hermana de la comunidad. No cifró su obediencia a la voluntad de Dios, en los arrobamientos espirituales para llamar la atención de la gente. Más bien, encontró la voluntad de Dios en los acontecimientos cotidianos, es decir: en las mediaciones humanas de la obediencia, en la vida comunitaria, en la oración, en el fiel cumplimiento de su deber, por muy insignificante que éste fuera. Y cuando la obediencia le implicaba el sufrimiento de verse privada de participar con la comunidad, experimenta la ayuda de Jesús: “El me endulzaba la pena que sentía, de verme dispensada de todos los ejercicios de comunidad, ni siquiera la Santa Misa, algunas ocasiones. Cuando era retiro llegué a envidiar a mis queridas hermanitas me decía: pronto serán ellas santas y más santas, mientras yo, metida siempre en este bullicio…  jamás lo seré”.

Su amor por el Señor la llevó a amar sin distinción a todos, sin importar el trato que le proporcionaran. A pesar de las incomprensiones y maltratos que recibía por parte de sus hermanas, jamás tuvo para ellas desdén o faltas de caridad;  jamás se le escuchó un reclamo, queja o enojo, pues  ella misma decía: “Mi Divino Maestro, me hizo encontrar excelente medicina para todo, en la santa obediencia”. El que obedece no se equivoca porque busca en todo la voluntad de su Señor. El que así obra, nunca fallará.

Sor María Amada sabía que cuando se falta a la obediencia, y esta falta se hace constante, la vida se convierte en un autoengaño; que si se desprecia la gracia de Dios, las almas se quedan en las ilusiones,  sirviéndose a sí mismas, dando paso al egoísmo refinado que solo causa al Corazón de Jesús más heridas que consuelos, más amargura que dulzura, más indiferencia que amor. Por eso la firme decisión de Sor María, se plasmó en su lema: “Quiero ser Voluntad de Dios”. Esta determinación fue para ella el camino de su continua inmolación a Dios, por amor. 

  1. Desde la pequeñez espiritual.

Su deseo fue siempre inmolarse, negarse, vencerse, ser siempre la última, ser la más pequeña, con el fin de agradar a su Jesús, porque, como escribe, Jesús le dio a entender lo siguiente: “Siendo niña, por tu pequeñez y sencillez, imitarás esta mi vida y te dispondrás a enseñar el camino de la Infancia Espiritual a las almas que yo te confiaré”. Y en otra ocasión expresa: “Las pequeñas almas de verdad, están en cierto modo libres de las ilusiones y engaños del demonio; tanto en lo que se refiere a su camino en general, como en la práctica de la virtud. Sus malignas astucias y engaños se estrellan; o más bien, el demonio teme el absoluto abandono y sencillez infantil de estas almas”

Con estas luces que recibió Sor María Amada sobre la pequeñez espiritual, se entiende por qué quiso ser  siempre pequeña, para vivir con Jesús como un niño, como él mismo dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios” (Lc 18, 16). En este caso, ser pequeño o pequeña, implica reconocer que soy débil, que solo no puedo nada, que tengo un padre en quien confiar y que puedo entregarme a él cuando sienta miedo, tristeza, soledad, abandono, desprecios, malos tratos e indiferencias. Ser pequeño es fiarse de que esos amantes brazos siempre te sostendrán aunque regreses a ellos con las manos vacías, como el hijo pródigo.

  1. Religiosa entregada y fiel. 

En la vida de Sor María Amada se cumple el pasaje de la Escritura que dice: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno ahora al presente, en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y vida eterna”  (Mt 19, 29). De sus labios sale la siguiente frase: “Prefiero un día en la Casa del Señor, que mil en las tiendas de los pecadores”  (Sal 84, 10).

Sor María Amada tenía una divisa: “Trabajar por un mundo de amor”, viviendo a ejemplo de Cristo pobre, casto y obediente, quien hizo siempre la voluntad del Padre, hasta entregar su vida en la cruz por la salvación de todos los hombres; y que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por los pecadores.  

María Amada fue toda del Señor, ya que como religiosa vivió entregada a él mediante el fiel cumplimiento del deber. Los votos religiosos fueron para ella los medios para servir a Cristo de un modo más perfecto y alcanzar así la santidad, único fin de la vida religiosa. 

Todo buen religioso busca ser pobre, conservar su castidad y obedecer a sus superiores para imitar mejor a Jesucristo. María Amada, por el voto de  pobreza, se desprendió de todo, aún de sus propios gustos, egoísmos y amor propio para encontrar en Dios como su única riqueza. Cultivó en su propia persona, la modestia, la sobriedad y desprendimiento hacia las cosas materiales para poseer un corazón libre para amar y buscar los bienes espirituales. 

Como religiosa, se comprometió a no tener otro amor en su vida que no fuera el de Jesucristo; dando ejemplo a los hombres de que hay un amor más grande y más perfecto que nos espera -de modo pleno- después de esta vida, pero que también puede disfrutarse ya en ésta. 

Otro elemento característico de la vida religiosa en la Iglesia, es la “vida de comunidad”, en la que no resulta sencillo responder al llamado de Dios, debido a la diferencia de cultura, educación, pensamiento, tipos de personalidad, etc., de quienes integran una comunidad. Sin embargo, el amor que albergaba María Amada en su corazón, la llevó a superar estas dificultades humanas y a corresponder al don gratuito recibido de Dios, amando incondicionalmente a sus hermanas con quienes compartió su vida. 

María Amada estaba “chiflada”, como ella misma decía, de amor por Dios y seguramente sentiría arder su corazón en cada encuentro con él, como los discípulos de Emaús al ir escuchando al Maestro por el camino: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino?”(Lc 24, 32). Este ardor la mantuvo en una gozosa esperanza. 

Nuestro corazón arderá cuando vivamos nuestra existencia desde la experiencia del amor gratuito de Dios hacia nosotros; cuando amemos a Cristo con todas nuestras capacidades, de tal modo que nos dejemos configurar por Él, a ejemplo de la Madre María Amada del Niño Jesús Sánchez Muñoz, para que podamos decir también  nosotros, que hemos reconocido a Jesús al partir el Pan en cada Eucaristía; y como ella seamos capaces de manifestar nuevas actitudes con los que nos rodean, con los pobres y con los que sufren y lloran por la injusticia. 

Autora. Hna. Emma Hernández Olmedo, MSCGpe

Fuente bibliográfica:Cuenta de Conciencia (escritos autobiográficos de la Sierva de Dios), en: Archivo María Amada Sánchez, Cajas 13 y 14.