El secreto de la Fortaleza de la Sierva de Dios Madre María Amada del Niño Jesús

Autor: José Eduardo Câmara de Barros Carneiro, Brasil

Al estudiar y leer acerca de la vida de la Madre María Amada del Niño Jesús quedamos impresionados con la fortaleza que la acompañó, desde de sus años en la Orden del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento hasta la heroica fundación de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y Santa María de Guadalupe. 

A los sufrimientos exteriores – las enfermedades, incomprensiones y persecuciones- se juntaron los sufrimientos del alma: desde las noches oscuras hasta ser consumida en el fuego del Amor del Sagrado Corazón de Jesús, hasta vivir un verdadero martirio de amor. 

En medio a la agonía de la nación mexicana, la Madre Amada fue víctima de amor del Corazón de Jesús, fue Madre fundadora, educadora, misionera. 

Ella misma dirá: “Una vida de contradicción y cruz encierra la historia de mi vida y mi vocación entera…

¿Pero, cuál era su secreto? ¿Donde pudo sacar ella esta fortaleza? 

María Amada dice: “El Señor lo hizo todo en mí, es su obra. La fortaleza la encontré en mi debilidad”. 

La Sierva de Dios vivió y experimentó en su alma la verdad de las palabras del Apóstol Pablo: “Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (II Cor. 12, 10).

Como verdadera contemplativa del Corazón Amantísimo de Jesús, María Amada descubrió en Él, el secreto de la humildad. 

Conocerse  AMADA, verse “débil criatura”: he ahí el secreto de su fortaleza. 

Así podrá escribir: “Soy mi propia confusión y vergüenza. El Señor abre mis ojos alumbrando los íntimos senos de mi alma y… ¡Dios mío, qué vista! todo, imperfección, defectos, pecados, miserias, etc., etc…”.

Y en esta visión de sí misma “pobre y débil criatura”  reconocerá que “aquel Dios que es todo Amor, miró a su débil criatura con misericordia infinita”. 

En la escuela del Corazón Amantísimo de Jesús, aprendió la santa y verdadera humildad: amar a su NADA y su miseria. Descubrió en su propia debilidad su Fortaleza, y también la verdadera alegría: “Conocí que mi ejercicio debía ser, en adelante, amar con locura mi propia nada como mi más rico tesoro, gozándome en mis debilidades y miserias complacerme sólo en Él, en su puro amor, en su cruz (…)”.

María Amada podrá llegar a decir: “Soy el imposible de la miseria y de la debilidad, por lo que creo que jamás existirá un alma más débil que la mía. Sólo Jesús sabe cuánto amo esta mi propia nada y miseria, es Él quién me ha enseñado a amarla y a estimarla como mi gran tesoro.

¡Qué impresionante secreto de vida! La lógica del Evangelio es inversa a la del mundo. En nuestra generación particularmente queremos parecer fuertes, ser los mejores, los más importantes; pero la Sierva de Dios aprendió bien esta gran enseñanza de su hermana espiritual, Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia, que lo expresa de la siguiente manera: “considerémonos almas pequeñas a las que Dios tiene que sostener a cada instante. Cuando Él nos ve profundamente convencidas de nuestra nada, nos tiende la mano; pero si seguimos tratando de hacer algo grande, aunque sea so pretexto de celo, Jesús nos deja solas. «Cuando parece que voy a tropezar, tu misericordia, Señor, me sostiene» (Salmo 93). Sí, basta con humillarse, con soportar serenamente las propias imperfecciones. ¡He ahí la verdadera santidad! Cojámonos de la mano, hermanita querida, y corramos al último lugar… Nadie vendrá a disputárnoslo… La sola cosa que nadie envidia es el último lugar.

Y así vivió la Madre María Amada y el Señor condujo su alma a las cumbres de la vida espiritual, fiel a la gracia y a la constante invitación del Espírito Santo, alcanzó a la unión con Dios. La Madre Amada, fue fuerte en su debilidad y grande en su pequeñez.